Fotografia de la Pieza  

Pazuzu

 

 

Asiria.

Siglos VIII - VII a.C.

Original de bronce.

Museo del Louvre. París.

 

Alto: 14, ancho: 8, prof.: 4

 

Bronce Fundición

185 €

 

En el apogeo de su poder, los asirios estaban muy bien organizados en un estado militar formidable, conocido a la vez por la evocación de las guerras en la decoración esculpida de los palacios reales, y por los anales redactados en escritura cuneiforme. No obstante, este pueblo guerrero estaba también animado por un gran temor a los dioses y a los demonios, como lo atestiguan, de una parte, la arquitectura de los palacios a los cuales estaban anexos los templos, y de otra parte, una vasta literatura, que nos revela los deberes religiosos a los que los mismos reyes estaban sometidos para beneficiar­se de la protección divina, o para alejar a los demonios, de los que se ocupaba un clero especializado.

Asiria heredó su cultura y sus dioses de las gentes de Babilonia, pero también heredó sus demonios. Algunos tenían caras de león con las fauces abiertas, como algunos demonios medievales de Occidente; otros tienen un aspecto chino (los ritos taoístas y budistas, en China, exigen máscaras de demonios danzantes, que se asemejan mucho a los demonios de Oriente Medio).

Algunos demonios se colgaban al cuello, llevándose como amuletos o como protectores; las ideas de recompensa y castigo después de la muerte son sumamente vagas en estos pueblos, por ello ¿qué más da que ayude y proteja aquí en el suelo un demonio o un dios?. En realidad, para estos pueblos y para otros muchos del pasado de la humanidad, los demonios no eran forzosamente seres maléficos. El mismo origen etimológico del término nos da idea de ello, pues proviene del griego, δαίμωv: dios, genio, espíritu, y δαιμόvιoς: divino, procedente de los dioses, maravilloso, extraordinario, inaudito, extraño, etc. (por ejemplo, se llamaba δαιμόvιov al genio o voz interior que guiaba a Sócrates). Los demonios serían, pues, representaciones de fuerzas de la naturaleza, genios o seres sobrenaturales, que unas veces pueden favorecer y otras no.

El espíritu maléfico femenino Lamashtu era uno de los más temidos; el ritual que apuntaba a su expulsión a los infiernos para que dejara al enfermo, ha sido ilustrado sobre pequeños cuadros de bronce o de piedra en donde ella -Lamashtu- figura al lado de otro demonio, Pazuzu, que tenía la especialidad de atormentar a las mujeres en parto. Este aparece representado con el cuerpo de un hombre demacrado, con garras de rapaz, dos pares de alas (del mismo tipo de las que llevan los llamados «genios protectores» asirios) indicando su carácter aéreo, y una cabeza horrorosa. A menudo, sólo se representaba esta cabeza, y una pequeña anilla permitía colgarla debajo de la cama de la joven madre a punto de dar a luz.

Las estatuillas representando algún demonio tenían la función de alejar a este portador de la muerte, enviándolo hacia la “montaña” de los infiernos. La que aquí presentamos lleva sobre la espalda un encantamiento mágico: “Yo, Pazuzu, hijo del (demonio) Hanpa, rey de los malos espíritus del aire, que sale de las montañas violentamente, sembrando el dolor, yo soy...”. El final del texto, borrado, es difícilmente comprensible, pero el demonio está aquí designado como la personificación del Viento del Suroeste, viento abrasador que trae las fiebres. En su parte superior (y a veces en la espalda) va provisto de una pequeña anilla, para poder ser puesto como colgante.

© Taller HORUS