En el apogeo de su poder, los asirios estaban muy bien organizados en
un estado militar formidable, conocido a la vez por la evocación de las
guerras en la decoración esculpida de los palacios reales, y por los
anales redactados en escritura cuneiforme. No obstante, este pueblo
guerrero estaba también animado por un gran temor a los dioses y a los
demonios, como lo atestiguan, de una parte, la arquitectura de los
palacios a los cuales estaban anexos los templos, y de otra parte, una
vasta literatura, que nos revela los deberes religiosos a los que los
mismos reyes estaban sometidos para beneficiarse de la protección
divina, o para alejar a los demonios, de los que se ocupaba un clero
especializado.
Asiria heredó su cultura y sus dioses de las gentes de Babilonia,
pero también heredó sus demonios. Algunos tenían caras de león con
las fauces abiertas, como algunos demonios medievales de Occidente;
otros tienen un aspecto chino (los ritos taoístas y budistas, en China,
exigen máscaras de demonios danzantes, que se asemejan mucho a los
demonios de Oriente Medio).
Algunos demonios se colgaban al cuello, llevándose como amuletos o
como protectores; las ideas de recompensa y castigo después de la
muerte son sumamente vagas en estos pueblos, por ello ¿qué más da que
ayude y proteja aquí en el suelo un demonio o un dios?. En realidad,
para estos pueblos y para otros muchos del pasado de la humanidad, los
demonios no eran forzosamente seres maléficos. El mismo origen
etimológico del término nos da idea de ello, pues proviene del griego,
δαίμωv:
dios, genio, espíritu, y δαιμόvιoς:
divino, procedente de los dioses, maravilloso, extraordinario, inaudito,
extraño, etc. (por ejemplo, se llamaba δαιμόvιov
al genio o voz interior que guiaba a Sócrates). Los demonios serían,
pues, representaciones de fuerzas de la naturaleza, genios o seres
sobrenaturales, que unas veces pueden favorecer y otras no.
El espíritu maléfico femenino Lamashtu era uno de los más temidos;
el ritual que apuntaba a su expulsión a los infiernos para que dejara
al enfermo, ha sido ilustrado sobre pequeños cuadros de bronce o de
piedra en donde ella -Lamashtu- figura al lado de otro demonio, Pazuzu,
que tenía la especialidad de atormentar a las mujeres en parto. Este
aparece representado con el cuerpo de un hombre demacrado, con garras de
rapaz, dos pares de alas (del mismo tipo de las que llevan los llamados
«genios protectores» asirios) indicando su carácter aéreo, y una
cabeza horrorosa. A menudo, sólo se representaba esta cabeza, y una
pequeña anilla permitía colgarla debajo de la cama de la joven madre a
punto de dar a luz.
Las estatuillas representando algún demonio tenían la función de
alejar a este portador de la muerte, enviándolo hacia la “montaña”
de los infiernos. La que aquí presentamos lleva sobre la espalda un
encantamiento mágico: “Yo, Pazuzu, hijo del (demonio) Hanpa, rey
de los malos espíritus del aire, que sale de las montañas
violentamente, sembrando el dolor, yo soy...”. El final del texto,
borrado, es difícilmente comprensible, pero el demonio está aquí
designado como la personificación del Viento del Suroeste, viento
abrasador que trae las fiebres. En su parte superior (y a veces en la
espalda) va provisto de una pequeña anilla, para poder ser puesto como
colgante. |