El árbol es uno de los símbolos esenciales de la antigüedad.
Algunos pueblos eligieron un árbol determinado, que concentraba ciertas
cualidades particulares; así, la encina era el árbol sagrado entre los
celtas; el fresno para los escandinavos; el tilo en Germania; la higuera
en la India. Y las asociaciones entre árboles y dioses es también muy
frecuente en la mitología: Osiris y el cedro; Júpiter y la encina;
Apolo y el laurel; Atenea y el olivo, etc. Según antiguas tradiciones,
el árbol inspiraba los oráculos con el rumor de sus hojas movidas por
la brisa, y la sibila de Delfos necesitaba la sombra de un laurel. En
los Anales de Asurbanipal se habla de los bosques sagrados y
secretos de Susa, y el Génesis de la Biblia se refiere al
«árbol de la vida» y al «árbol del conocimiento». No hay, pues,
duda de la gran importancia que los árboles -e incluso sus frutos- han
tenido en épocas remotas y en las más diversas culturas.
Todo parece indicar que la palmera fue el árbol sagrado en Asiria y
Babilonia. Refiriéndose a estos lugares, Herodoto dice: “Hay palmeras
en gran número por todo el país. La tierra es llana y las palmeras son
generalmente de la especie que produce fruto, y de los dátiles hacen
pan, vino y miel. Los babilonios atan las ramas que tienen flores de las
palmeras masculinas, a las ramas de las palmeras que hacen dátiles, y
el polen, movido por el viento, entra en los botones de los dátiles.
Así maduran, impidiéndose su caída prematura. Las palmeras masculinas
tienen generalmente su espiga con polen en el centro del árbol.” Los
babilonios se habían dado cuenta de que cada palmera tenía un solo
sexo y que era conveniente no esperar que el viento, o los pájaros,
llevaran el polen de una a otra flor.
Teofrasto y Plinio también se refieren al proceso de la fecundación
artificial de las palmeras en Babilonia, y ya en el siglo XVIII, un
cierto Tomás Shaw, describe la fecundación tal y como él vio
practicarla en Egipto y Túnez: “Es bien sabido que las palmeras son
masculinas o femeninas, y que el fruto sería seco e insípido sin el
elemento masculino. Por tanto, en el mes de abril o marzo, cuando las
espigas que forman los racimos de frutos comienzan a abrirse, toman un
tallo o dos del árbol masculino y lo atan en el femenino, o espolvorean
las flores hembras con la harina polen de las flores machos”. Este
procedimiento tenía la ventaja de que con una sola espiga se podían
fertilizar muchos árboles femeninos. Y como la palmera en Mesopotamia
exige irrigación y el agua es escasa, había un gran empeño en
mantener el menor número posible de árboles masculinos.
Según algunos autores, la pieza que aquí nos ocupa describe,
precisamente, el proceso de fecundación de las palmeras hembras antes
citado. Se trata de una escena muy frecuente en los relieves asirios, en
la cual una o dos figuras, de pie o de rodillas, se acercan a una forma
de árbol con flores estilizadas, tocando -y espolvoreando- alguna flor
abierta con una espiga o piña que llevan en su mano derecha levantada,
mientras que en su mano izquierda portan un pequeño recipiente
(utilizado para contener las espigas masculinas, evitando la pérdida de
polen). Las palmeras se representan de forma estilizada, con las ramas
simétricas entrelazadas, y el personaje que realiza el proceso de
fecundación siempre va provisto de alas, generalmente con cuerpo humano
y cabeza de águila, por lo que suele considerarse un «genio alado».
La
escena puede ser interpretada, en cierto modo, como un ritual mágico
(de «magia simpática») mediante el cual se favorecía la adecuada
fecundación de todas las palmeras del país. Esta interpretación es
correcta, pero incompleta. En algunas representaciones, encontramos al
dios Ea encabezando una procesión de genios alados que van a
espolvorear los racimos de las palmeras; por otro lado, en otras
representaciones algunos autores han identificado al propio dios Asur,
el dios por excelencia de los asirios, portando la espiga fecundadora; y
en todo caso, el águila (cuya cabeza muestran los genios) y las aves en
general, son símbolo de lo elevado y lo espiritual. Todo esto nos
permite afirmar que, en realidad, estas escenas representan la
fecundación del ESPÍRITU sobre la MATERIA, fecundación que en el
nivel más elemental se manifiesta como «fuerza generadora de la
Naturaleza» (fecundación de las palmeras); en el nivel humano, como
aquello que produce la luz o el conocimiento, y en un nivel superior,
como lo que da vida a todo el Universo. Debemos recordar que en el
centro del Paraíso, según el Génesis, había dos árboles, uno
era el árbol del conocimiento, símbolo de la Sabiduría, y el otro era
el árbol de la vida, símbolo de toda la vida del Cosmos. |