genio  

Genio ante

el árbol de

la vida

 

 

Asiria. 885 - 860 a.C.

Museo del Louvre.

París. Francia.

 

Alto: 105, ancho: 88, prof.: 5

 

 

 

Mármol-Zirconio

925 €

 

Mármol -

Zirconio-Bronce

995€

 

El árbol es uno de los símbolos esenciales de la antigüedad. Algunos pueblos eligieron un árbol determinado, que concentraba ciertas cualidades particulares; así, la encina era el árbol sagrado entre los celtas; el fresno para los escandinavos; el tilo en Germania; la higuera en la India. Y las asociaciones entre árboles y dioses es también muy frecuente en la mitología: Osiris y el cedro; Júpiter y la encina; Apolo y el laurel; Atenea y el olivo, etc. Según antiguas tradiciones, el árbol inspiraba los oráculos con el rumor de sus hojas movidas por la brisa, y la sibila de Delfos necesitaba la sombra de un laurel. En los Anales de Asurbanipal se habla de los bosques sagrados y secretos de Susa, y el Génesis de la Biblia se refiere al «árbol de la vida» y al «árbol del conocimiento». No hay, pues, duda de la gran importancia que los árboles -e incluso sus frutos- han tenido en épocas remotas y en las más diversas culturas.

Todo parece indicar que la palmera fue el árbol sagrado en Asiria y Babilonia. Refiriéndose a estos lugares, Herodoto dice: “Hay palmeras en gran número por todo el país. La tierra es llana y las palmeras son generalmente de la especie que produce fruto, y de los dátiles hacen pan, vino y miel. Los babilonios atan las ramas que tienen flores de las palmeras masculinas, a las ramas de las palmeras que hacen dátiles, y el polen, movido por el viento, entra en los botones de los dátiles. Así maduran, impidiéndose su caída prematura. Las palmeras masculinas tienen generalmente su espiga con polen en el centro del árbol.” Los babilonios se habían dado cuenta de que cada palmera tenía un solo sexo y que era conveniente no esperar que el viento, o los pájaros, llevaran el polen de una a otra flor.

Teofrasto y Plinio también se refieren al proceso de la fecundación artificial de las palmeras en Babilonia, y ya en el siglo XVIII, un cierto Tomás Shaw, describe la fecundación tal y como él vio practicarla en Egipto y Túnez: “Es bien sabido que las palmeras son masculinas o femeninas, y que el fruto sería seco e insípido sin el elemento masculino. Por tanto, en el mes de abril o marzo, cuando las espigas que forman los racimos de frutos comienzan a abrirse, toman un tallo o dos del árbol masculino y lo atan en el femenino, o espolvorean las flores hembras con la harina polen de las flores machos”. Este procedimiento tenía la ventaja de que con una sola espiga se podían fertilizar muchos árboles femeninos. Y como la palmera en Mesopotamia exige irrigación y el agua es escasa, había un gran empeño en mantener el menor número posible de árboles masculinos.

Según algunos autores, la pieza que aquí nos ocupa describe, precisamente, el proceso de fecundación de las palmeras hembras antes citado. Se trata de una escena muy frecuente en los relieves asirios, en la cual una o dos figuras, de pie o de rodillas, se acercan a una forma de árbol con flores estilizadas, tocando -y espolvoreando- alguna flor abierta con una espiga o piña que llevan en su mano derecha levantada, mientras que en su mano izquierda portan un pequeño recipiente (utilizado para contener las espigas masculinas, evitando la pérdida de polen). Las palmeras se representan de forma estilizada, con las ramas simétricas entrelazadas, y el personaje que realiza el proceso de fecundación siempre va provisto de alas, generalmente con cuerpo humano y cabeza de águila, por lo que suele considerarse un «genio alado».

La escena puede ser interpretada, en cierto modo, como un ritual mágico (de «magia simpática») mediante el cual se favorecía la adecuada fecundación de todas las palmeras del país. Esta interpretación es correcta, pero incompleta. En algunas representaciones, encontramos al dios Ea encabezando una procesión de genios alados que van a espolvorear los racimos de las palmeras; por otro lado, en otras representaciones algunos autores han identificado al propio dios Asur, el dios por excelencia de los asirios, portando la espiga fecundadora; y en todo caso, el águila (cuya cabeza muestran los genios) y las aves en general, son símbolo de lo elevado y lo espiritual. Todo esto nos permite afirmar que, en realidad, estas escenas representan la fecundación del ESPÍRITU sobre la MATERIA, fecundación que en el nivel más elemental se manifiesta como «fuerza generadora de la Naturaleza» (fecundación de las palmeras); en el nivel humano, como aquello que produce la luz o el conocimiento, y en un nivel superior, como lo que da vida a todo el Universo. Debemos recordar que en el centro del Paraíso, según el Génesis, había dos árboles, uno era el árbol del conocimiento, símbolo de la Sabiduría, y el otro era el árbol de la vida, símbolo de toda la vida del Cosmos.

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