Fotografia de la Pieza  

Friso de los

arqueros

 

 

Persia. Época aqueménida

(521-485 a.C.)

Panel de ladrillos esmaltados.

Museo del Louvre. París.

 

Alto: 100, ancho: 35, prof.: 5

 

Mármol-Zirconio

960 €

 

En los clásicos griegos se habla a menudo de los doríforos o lanceros persas. Iban provistos de una larga pica, que terminaba con una bola o granada, y llevaban además el arco y el carcaj cilíndrico a la espalda. Antes de que se prestara atención a los relieves de Persépolis, donde aparecen algunos de ellos, se hicieron ya famosos los del «friso de los arqueros», desde que en 1884 fueran descubiertos a raíz de las excavaciones de N. Dieulafoy, en  Susa. Estos han constituido uno de los temas que el arte ha hecho más populares, apareciendo en todas las enciclopedias como inevitable ejemplo del arte persa y aun como modelo de belleza.

El original de este «friso de los arqueros» persas, compuesto de ladrillos moldeados y vidriados, mide 1,83 m de altura, y se encontró en la Apadana o sala del trono del palacio real de Darío I, en Susa. Aunque los ladrillos vidriados habían sido también utilizados por los asirios, la técnica de los ladrillos vidriados, esmaltados y policromados de Susa tiene su mejor antecedente en Babilonia; de hecho, Darío escribirá que artesanos babilonios se encargaron de los ladrillos de Susa, quienes fueron los primeros en desarrollar con maestría esta técnica.

La pieza que aquí presentamos es un fragmento que representa a uno de esos doríforos del también llamado «friso de los inmortales», pues el Gran Rey -como era llamado el monarca aqueménida- tenía una guardia personal de 10.000 veteranos, a los que algunos escritores clásicos denominan «los inmortales» (en cuanto uno caía en el campo de batalla instantáneamente se nombraba otro que le reemplazaba). Perrot sugirió que alineados en el pórtico de Susa presentaban armas al paso de su señor; pero por el movimiento de los pies, creemos que el artista ha tratado de representarlos andando, uno tras otro en hilera simbólica, por los luengos caminos del Asia Occidental para mostrar algo del «pensamiento, palabra y acto» del «reino de la integridad» prescritos en el Avesta.

El conjunto tiene un colorido excepcional. El vestido es uniforme: la larga túnica de anchas mangas está ricamente decorada, y todo el borde de las mangas está recorrido por una cenefa de rosetas. No se podía imaginar un atuendo más apropiado para el vestido de un guardia real persa.

© Taller HORUS