A finales de los años veinte, el comercio clandestino de
antigüedades de Kermanshah y Teherán comenzó a dar salida a una gran
cantidad de bronces, como enseñas, cascos, escudos, armas, arneses de
caballo, adornos, alfileres de diseños particularmente extraños, etc.,
que en breve llegarían a los más importantes museos y colecciones
occidentales. Después de las oportunas investigaciones, se supo que en
1928, un campesino de Lur (Irán) que trabajaba su campo, encontró
casualmente los primeros de esos bronces al tropezar con una antigua
tumba. Todos estos bronces son conocidos generalmente como «bronces de
Luristán».
Sabemos poca cosa de los pueblos que habitaron estas tierras en el
corazón del los montes Zagros, pero quizá los bronces fueran parte
fundamental de su cultura. Al contemplarlos, lo primero que destaca es
la calidad de casi todos los trabajos y la variedad de conocimientos de
los que hicieron gala los artesanos de Lur; la fundición a la cera
perdida era la técnica más común, pero también se usaron el
martilleado y otros trabajos de detalle y afinamiento. Conocían
técnicas muy depuradas en el trabajo de las láminas, fundición y
soldadura, y su artesanía en bronce es tan importante, que bastaría
por sí sola como fuente primaria para el conocimiento del arte de la
zona.
Las gentes de Luristán eran criadores de caballos, y con toda
seguridad, excelentes jinetes; prueba de ello son la gran cantidad de
bronces relacionados con el adorno y monta del caballo. Se ha dicho que
en algunas tumbas aparecieron huesos de caballo, lo que confirmaría el
carácter de frenos para bridas que se atribuyó a muchos de esos
bronces. Pero el verdadero uso de los “frenos” de Luristán es
todavía un enigma. Es cierto que van de dos en dos, aparejados por un
barrote transversal que pasa por un agujero que tiene cada uno de los
bronces en el centro; y cada uno tiene también su anilla, que parece
podía servir para colgar las riendas... Pero, por otro lado, salvo que
su uso fuera meramente decorativo, parece impropio utilizar esas placas,
a veces con puntas y cuernos penetrantes, para animales de carne y
hueso. Por tanto, si hemos de seguir llamando frenos a estas piezas,
deberíamos quizás suponer que fueran piezas utilizadas con algún fin
ritual o funerario, en relación con el caballo, pero no para uso
cotidiano.
Los frenos típicos de las monturas parecen haber sido los de bocado
rígido, o bocado de una pieza, como éste que aquí presentamos, aunque
también utilizaron frenos con bocados articulados, de procedencia
esteparia. Los artistas emplearon mucha fantasía en la decoración de
estas piezas, con un gran sentido de la estética. |