Los asirios tenían como divinidad principal a su dios Assur, al que
identificaban con el Bien. Pueblo sumamente guerrero, llegó a ser en
determinadas épocas de la historia la mayor potencia militar de Oriente
Próximo.
Fueron muy hábiles en el manejo del arco, formando cuerpos
específicos en sus ejércitos. Esta habilidad con el arco la
demostraron también montados a caballo; sabemos que no se conocía el
estribo y esto hacía tarea ardua tanto el controlar al caballo en el
fragor de la lucha, como el tener que mantener el control del propio
cuerpo durante el combate. Los romanos reclutaron entre sus cuerpos de
auxiliares a los arqueros mesopotámicos, pues venían usando el arco
durante siglos y eran grandes expertos.
Este carácter guerrero de los asirios se expresó en el arte.
Podemos encontrar en los relieves muestras de cómo eran sus carros de
guerra, el equipamiento de los infantes y los arqueros, así como las
técnicas de asedio y otras tácticas militares. Pero la apreciación
que podemos hacer sobre los bajorrelieves asirios es muy parcial, pues
les falta el color, que era parte fundamental en su decoración, como se
pone de manifiesto en las pinturas murales y en la cerámica vitreada.
El original del relieve que nos ocupa es el fragmento de un relieve
mayor, descubierto en Nínive (actualmente Koujoundjick, Irak), y cedido
al Louvre entre 1852 y 1854. En él vemos representado un arquero
perteneciente a la caballería del rey Assurbanipal, montado a caballo
en posición de combate. Lleva un casco típico asirio en forma de
mitra, y va vestido con el traje ceñido invulnerable, dejando expuestos
sólo los brazos. |