Fotografia de la Pieza  

Máscara

del Nepal II

(con corona de

lotos grandes)

 

Arte del Nepal.

Período Malla

(entre 1200 y 1769 d.C.)

 

Alto: 20, ancho: 11, prof.: 6

 

Bronce-

Fundición-Oro

(consultar)

 

En el inacabable repertorio de formas y simbolismos que encontramos en el arte de todo el mundo, la máscara ocupa un lugar preferente y muy destacado, no sólo por la originalidad y perfección de sus creaciones, sino también por las implicaciones anímicas que la máscara transmite, por el misterio oculto que de ellas emana. La máscara nos mira al mirarla, nos escruta con mayor atención que nosotros a ella, y, con su sola presencia, puede llevarnos a un más allá de misterio insospechado en el que se acaban los convencionalismos. Nos invita a la transformación, a alcanzar algo que se encuentra por encima o por debajo de “lo razonable”, de lo habitualmente establecido. De alguna forma, la máscara presupone la posibilidad de cambio que en todo ser humano se manifiesta alguna vez con más o menos vehemencia, con más o menos urgencia.

En general, todas las transformaciones tienen algo de profunda­mente misterioso y de vergonzoso a la vez, puesto que en el momento en que algo se modifica lo bastante para ser ya “otra cosa”, aunque aún siga siendo lo que era, se produce una situación confusa y ambigua. Por ello, las metamorfosis tienen que ocultarse, para facilitar el traspaso de lo que se es a lo que se quiere ser; de ahí el uso de la máscara en la antigüedad y su carácter mágico.

Ceremonias de iniciación, de fertilidad, de culto a los antepasa­dos, exorcismos, y una larga serie de rituales mágicos, sociales, religiosos, curativos, festivos, etc., tienen por instrumento insustituible la máscara adecuada a cada caso, sin la cual no sería posible lograr la solemnidad necesaria. Lejos de ser simples adornos o disfraces, las máscaras cumplen una función transcenden­te.

Esta función transcendente debían cumplir, precisamente, las máscaras de Nepal que aquí presentamos, cuyas imágenes sirven, cuando menos, de recordatorio o evocación de ciertas cualidades espirituales. Su elaboración denota un estilo artístico propio del período Malla, considerado la edad de oro de la escultura en metal nepalesa, durante el cual se produjeron una gran cantidad de obras deslumbrantes, muchas de las cuales aún se conservan. Las técnicas principalmente empleadas fueron el fundido a la cera perdida y el repujado, lográndose siempre un bello acabado. Las imágenes sagradas eran realizadas casi siempre en cobre puro, y después doradas, aunque al final del período se utilizaron más el bronce y el latón; también era corriente el uso de dos metales contrastantes, como por ejemplo el cobre y la plata. El uso del cobre puro y subsiguiente dorado, a menudo con incrustaciones de piedras preciosas, daba como resultado un acabado brillante y hermoso, que imbuye a las imágenes nepalesas de un seductor hechizo.

Las máscaras podían llevarse tapando el rostro, como las usadas en teatro, pero también podían llevarse sobre los vestidos, o suspenderse de los muros de los templos. Las cuatro que aquí nos ocupan llevan en su parte superior una pequeña argolla, precisamente, para ser colgadas.

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