La época Gupta en la India (siglos IV a VI d.C.) se inició con
Chandragupta I, que en el año 320 instaura su dinastía imperial
unificando los reinos de Magadha y Gandhara, perdurando hasta el año
530, en que sucumbió al empuje de las invasiones de los hunos
heftalíes.Los Gupta significan en Asia el último momento de esplendor
del mundo antiguo. Coetáneos del Bajo Imperio Romano, siguieron una
suerte análoga a éste, y como en occidente, la cultura hubo de
refugiarse en los monasterios de las tierras menos accesibles, el Tíbet
y Nepal.
Los descendientes de Chandragupta fueron siempre mecenas culturales e
incluso algunos llegaron a ser brillantes artistas.Desde el punto de
vista cultural todas las cortes imitaron esta actitud, alojando en sus
palacios a los autores célebres del momento, por lo que las principales
ciudades se convirtieron en centros de irradiación artística, y no
había una sola corte importante que no se preciara de su biblioteca y
de sus talleres de obras de arte.
A partir de las fórmulas creadas poco a poco en los siglos
precedentes, el arte Gupta fijó una cierta cantidad de estas fórmulas
en un estilo bien definido, al que es habitual calificar de clásico.
Sus características son la pureza de líneas y de formas,
el armonioso equilibrio de las masas y las proporciones, la
idealización del cuerpo humano, etc. Son ciertamente notas de
clasicismo, pero no hay que tomarlas sólo en su aspecto formal: el
clasicismo Gupta es el reflejo de una madurez espiritual a la que se
llega en esa época, y de la que son fruto tanto las artes plásticas
como la literatura y el pensamiento filosófico.
La iconografía de Buda y de sus gestos canónicos queda
definitivamente fijada en este período y se adoptó así en el resto de
Asia, surgiendo dos escuelas: la de Mathura y la de Sarnath (cerca de
Benarés, lugar donde el Buda pronunció su primera predicación en el
siglo VI a.C.).
A esta última escuela pertenece la cabeza de Buda que aquí
presentamos. El óvalo del rostro es perfecto; la cabellera
rígida, según un esquema de lumaquelas; los ojos con los párpados
entornados imitando pétalos de loto; las cejas dibujando el vigoroso
perfil de un arco; el esbozo de una sonrisa en la boca, junto a una
expresión impregnada de interioridad e inmersa en la meditación; las
orejas alargadas, y una especie de bonete en lo alto de la cabeza
(signos de santidad). En definitiva, una combinación de
abstracción y de adhesión a lo humano, donde bajo una rigurosa
disciplina en la geometría del rostro, se deja entrever un mensaje que
todos pueden intuir. |