Los artistas al servicio del budismo (casi siempre anónimos)
buscaban ante todo representar las imágenes sagradas con una belleza
estilizada, un esplendor suntuoso, y una idealización que sugiriesen un
estado más allá del puramente humano. Por ello representaban sus
iconos sin edad, sin pasiones..., con una expresión compasiva e
introspectiva, tal como se refleja, precisamente, en la cabeza de Avalokitesvara
que aquí presentamos.
Avalokitesvara es un término del sánscrito que significa
«el Señor que mira hacia abajo», con el cual se identifica al «Bodhisattwa
de la compasión». En China se le llama Kuan Yin («el que se
ocupa del llanto del mundo»), en Japón, Kannon, o Kwannon
(«la diosa de la misericordia»), y en Tíbet, Chenrezi o Padmapâni
(«el portador del loto»). Bajo una interpretación exotérica, en el
Tíbet es Padmapâni, el primer antecesor divino de los
tibetanos, la completa encarnación o Avatar de Avalokitesvara
(también se considera encarnación de éste último a cada Dalai
Lama, «Océano de Sabiduría»). Pero en la filosofía esotérica, Avaloki,
el «mirador» (que mira abajo), es el Yo superior, el espíritu divino
en el hombre.
Un texto que se utiliza con frecuencia en las liturgias es la
sección en verso del Avalokitesvara Sutra, un extracto del Sutra
del Loto, que expresa una profunda devoción:
“¡Atención verdadera, serena, extensa y sabia, compasiva,
atención piadosa, siempre deseada, siempre buscada! De resplandor
puro y sereno, el Sol de la Sabiduría destruye la obscuridad... ley
de la piedad, estremecimiento como ante el trueno, compasión
maravillosa como una gran nube, que vierte agua espiritual cual
néctar, apagando las llamas de la angustia!”.
El Avalokitesvara Sutra dice que Avalokitesvara
responderá instantáneamente a quienes «invoquen su nombre con toda su
mente». «Por la virtud del poder de la majestad de este Bodhisattva»
no serán quemados por el fuego; se les salvará del mar tempestuoso;
las bestias salvajes amenazantes huirán; los corazones de los enemigos
asesinos se orientarán hacia la bondad; la mujer tendrá un niño
virtuoso... Y los devotos también serán liberados del apego, del odio
y la ilusión. Para implorar su ayuda es especialmente usada la fórmula
mística «Om mani padme hum», cuyos sonidos sagrados
constituyen uno de los mantras más conocidos en el budismo del
norte.
Las estatuas y pinturas de Avalokitesvara son muy abundantes.
A veces aparece representado como mujer (sobre todo en China y Japón),
y otras veces, con “mil” brazos y once cabezas. Cuenta un relato
que, después de trabajar muchos años para alcanzar la Iluminación y
una vez en conocimiento de la Suprema Verdad, Avalokitesvara no
quiso dejar el mundo del sufrimiento mientras quedara en él un solo ser
doliente; hizo entonces el voto del Bodhisattva: no dejar el samsara,
la vida ilusoria, hasta que todos los seres hubieran salido de la
ignorancia; pero viendo a tantos seres sufriendo en los infiernos, su
espanto y sus lágrimas le llevaron a desesperar momentáneamente de
cumplir su voto de salvarles a todos; entonces su cabeza se partió en
diez pedazos, como dijo que sucedería si alguna vez abandonaba su
resolución, pero el Buda Amitabha le devolvió la vida para que
renovara su voto; hizo una nueva cabeza de cada fragmento, montándolas
todas sobre los hombros de Avalokitesvara, y las coronó con una
réplica de su propia cabeza, como símbolo de que continuaría
inspirándole en su obra.
Generalmente, Avalokitesvara es representado con corona y con
las vestimentas de la realeza, en lugar de las túnicas monásticas de
Buda. Sus atributos son el loto (padma), el rosario (mala),
la jarra de agua (kamandalu), y con la mano derecha hace el signo
de donación (varada), o de paz (abhaya). En la pieza que
aquí presentamos, le vemos con una gran corona, el cabello asomándole
por la frente, y una pequeña figura de Buda en la parte superior.
Con la llegada del budismo a China (a partir del siglo I d.C.), el
arte de la India penetra también en este país. De ahí que esta
escultura sea muy semejante a otra cabeza de Avalokitesvara
perteneciente a la China de la época Tang (618-907), y que fue
presentada por el Museo Guggenheim de Bilbao en 1998, durante la
exposición: “China, 5.000 años”. |