El gran momento de la Escuela de Egina, famosa en el mundo griego por
la excelsa calidad de sus bronces, puede situarse hacia mediados del
siglo V antes de nuestra era, época en que fueron fundidos el famoso Auriga
de Delfos y éste no menos célebre Poseidón.
La obra, parte de la cual reproduce fielmente este busto, fue
rescatada del mar cerca del cabo Artemisión, en Grecia. La nave que la
transportaba debió naufragar, y permaneció entre las aguas hasta el
presente siglo, hasta que en 1928 su maravilloso bronce pudo volver a
reflejar los rayos del Sol. El origen de esta joya escultórica es tan
incierto como su destino. Unos la atribuyen a Clámides, otros a Onata
de Egina, maestro de Policleto... Quizás tenga algo que ver con la
noticia que Herodoto nos transmite: que los griegos habían venerado a
Poseidón, Dios de los Vientos y de las Olas, como salvador tras el
naufragio de la flota persa frente al cabo Artemisión.
La poderosa impresión de fuerza que se desprende de la figura,
rebosante de vida a pesar de su algo rígido arcaísmo, se acentúa en
el rostro, lleno de digna virilidad e implacable mesura. La rizada
cabellera y la barba alborotada por el viento marino dulcifican el
majestuoso aspecto del Dios y le confieren un aire de grave humanidad.
Es, en suma, una estatua colosal, de imagen arcaizante pero noble y
viva, del hombre maduro en la plenitud de sus fuerzas. La estatua
original, de cuerpo entero, mide 2,09 m. de altura, y originariamente,
los ojos debieron estar realizados con incrustaciones de oro y marfil.
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