Según su mitología, fueron sus padres el Valor y la Fuerza. Su
culto se remonta, según parece, a las religiones itálicas
(pre-romanas), apareciendo de forma oficial con la fundación de Roma.
Pero la institución de la Victoria como Divinidad tutelar del Imperio
romano se debió a Augusto, el cual levantó a la Diosa un altar en la
Sala de Sesiones, presidiendo las deliberaciones del Senado. Sobre
este altar, cada senador ofrecía a la Victoria incienso y vino antes de
tomar posesión de su cargo. Cuando el Senado pronunciaba los votos
solemnes por la salud del emperador, todas las manos se tendían hacia
la Diosa «que había salvado al Mundo», y hacia Ella se tendían
también cuando, con el advenimiento de un nuevo príncipe, se le juraba
lealtad al mismo. Todos estos ritos se practicaron sin interrupción
hasta el triunfo del Cristianismo. Posteriormente se intentó derogar su
culto, siendo este reimpulsado por el gran emperador Juliano.
En cuanto a estatuas, altares y templos, la Victoria los tuvo por
todo el Imperio, pero sobre todo en las zonas fronterizas, pues era
venerada muy especialmente por la casta guerrera. Cada Legión, cada
Cuerpo, poseía su Victoria. En las colonias, el culto a esta Diosa
ocupó un lugar primordial.
Se le asoció a Júpiter y Hércules, pero sobre todo al Dios de la
Guerra, Marte. Efectivamente, se dedicaron numerosos altares a Marte y a
Victoria, así como a la tríada Marte-Victoria-Venus.
Esta gran estatua de la Victoria, cuya reproducción presentamos,
fue descubierta -rota en múltiples pedazos- en el año 1863 por
Champoiseau, cónsul de Francia en la isla de Samotracia, sobre una
pequeña terraza natural por encima del teatro; colocada en un amplio
nicho, dominaba los edificios del Santuario de Kabiros. Es de destacar
que el Santuario de Samotracia fue uno de los más célebres de la
antigüedad conocida. La Iniciación en los Misterios de Kabiros
solamente se alcanzaba después de superar terribles pruebas. La leyenda
refiere que Jasón, a su regreso del viaje de los Argonautas,
desembarcó en Samos de Tracia, y en compañía de Hércules y Orfeo se
hizo iniciar en aquellos misterios.
Esta estatua fue reconstruida pacientemente (sólo el torso tiene 118
trozos), y no se pudieron recuperar la cabeza y los brazos, necesarios
para conocer su actitud original. Pero el descubrimiento de la mano
derecha en 1950, en su emplazamiento primario, ha permitido reconstruir
dicha actitud. Colocada en la proa de una galera, con la mano derecha
levantada y la palma ampliamente abierta, anunciaba una victoria naval,
mientras que con la mano izquierda sujetaba el timón del navío.
El original, esculpido en mármol, mide 3,25 m. de altura. Atribuido
a artistas rodios, esta obra ha llevado el realismo al extremo de
representar a la diosa en el preciso momento en que, con las alas
desplegadas, se posa sobre la proa de la nave; el vuelo acaba justamente
de terminar y la impetuosidad del viento marino agita sus vestiduras que
se adhieren a sus piernas y al pecho para ondear a sus espaldas; el
manto, que se le ha deslizado de los hombros, para caer sobre su pierna
derecha, se mantiene sujeto a ella por la fuerza del viento que agita
sus bordes, provocando un revuelo cuyo rumor nos parece percibir. Este
realismo hace de ella una de las obras capitales del Arte de todos los
tiempos. Y no sólo por su innegable belleza, sino por su intenso
simbolismo: es la Guerra Sagrada, el Triunfo sobre la oscuridad, la
ignorancia y el miedo. Nos habla de esa Gloria pararracional y poderosa
que eleva al Hombre hasta los confines de los mismos Dioses. No puede
ser juzgada ni analizada; tan sólo puede ser admirada y vivida. Como
dijo un experto, tan sólo después de varias horas de intensa y
exclusiva contemplación puede uno empezar a impregnarse de su Ser. |