La diosa Afrodita que aquí contemplamos, llamada Venus de Milo, fue
encontrada en 1820 por un campesino a medio kilómetro del teatro de la
antigua ciudad de Milo, en la isla griega del mismo nombre, en el mar
Egeo. El rey Luis Felipe compró la estatua original, de 2,04 m. de
altura, y desde 1821 se encuentra en el Museo del Louvre.
Pocas estatuas en el mundo tienen una fama comparable a la de la Venus
de Milo. Los brazos fueron esculpidos aparte; el cuerpo está
formado por dos piezas (torso desnudo con la cabeza, separado de las
piernas cubiertas). El contraste estudiado entre el ropaje ondulado y la
desnudez lisa del torso; el movimiento en espiral de todo el cuerpo que
da movimiento a la estatua; su naturalismo sobrio y poderoso; su rostro
sereno; los ojos con el párpado inferior algo más elevado, produciendo
una ligera inclinación de la mirada, acompañada de un matiz de
ternura; sus formas pletóricas y equilibradas, han hecho de ella tanto
el símbolo del ideal clásico como de la femineidad armoniosa.
Nada más enigmático, sin embargo, a ojos de los arqueólogos que
esta bella figura medio vestida. ¿Es efectivamente Venus, o más bien
Anfitrite, diosa del mar, la que es representada de esta forma?. ¿Qué
gestos y qué atributos caracterizaban los brazos desaparecidos?.
La tan debatida cuestión de lo que hacía con sus brazos la Venus
de Milo antes de que se le rompiesen preocupó siempre a escultores
y artistas, habiéndose propuesto diversas hipótesis. La más razonable
de todas ellas quizá sea la que supone a Venus con un objeto en la mano
izquierda, levantada a la altura de la cabeza (quizás una manzana o un
espejo en el que podría estar mirándose), mientras que con la mano
derecha estaría sujetando las ropas que cubren la parte inferior de la
estatua, pues en opinión de algunos, la ropa que cubre a Venus no se
sujeta por sí sola, y sería inverosímil que el artista que la labró
la hiciese así, sin mano alguna que la sostuviera.
Aunque
no se conoce con certeza la identidad del autor de esta obra maestra (se
ha atribuido a algún discípulo de Escopas, al propio Escopas, a
Eufranor, y a un tal Agesandros), lo que sí parece seguro es que fue
realizada en el siglo II a.C., por un artista que, aun empleando los
procedimientos característicos de la época helenística, quiso reunir
en una misma figura la nobleza del arte griego de los tiempos de Fidias
y la flexible armonía de las creaciones de Lisipo. |