En el año 399 a.C., Sócrates fue condenado a beber la cicuta bajo
la acusación de impiedad por supuesto delito de corrupción de
jóvenes. Aunque se le propuso huir de la prisión, no aceptó el
ofrecimiento y prefirió culminar con su muerte, libremente aceptada,
una vida incansablemente dirigida a dar a entender a los hombres que la
Filosofía no era una especulación sobre el mundo “añadida” a las
otras actividades humanas, sino un modo de ser en la vida por el cual
es preciso, cuando sea necesario, hasta sacrificarla.
Ciudadano admirable, respetado por su ejemplar conducta, consejero
solicitadísimo a quien los jóvenes consultaban en las contingencias
decisivas, aparece ante todo no como un hombre que ofrezca una nueva
doctrina, o que se preste a debatir todas las materias por el mero hecho
del debate en sí, sino como un hombre que ataca dondequiera toda
doctrina que no tenga por objeto principal examinar el bien y el mal.
Sócrates se descubre, por boca del Oráculo de Delfos, como el más
Sabio entre los hombres, justamente porque es el único que «sabe que
no sabe nada». Según Sócrates, el único saber fundamental es el
que sigue al imperativo:
«Conócete a ti mismo».
Se trataría de saber, ante todo, qué debe conocer el hombre para
conseguir la felicidad, la cual es primordialmente felicidad interior y
no goce de las cosas externas.
La irritación causada por Sócrates en muchos hombres de su época
fue debida fundamentalmente a que él intervenía en aquello donde los
hombres más se resisten: su propia vida. Por medio de sus constantes
interrogaciones, Sócrates hacía surgir en cualquier oportunidad lo que
antes parecía no existir: un problema. El problema desvanecía los
falsos saberes, mostraba las ignorancias encubiertas. Mas para descubrir
problemas se necesita hacer funcionar continuamente el razonamiento.
Sócrates aceptó esta necesidad y la convirtió en una de sus máximas
virtudes. Uno de los rasgos sobresalientes de su doctrina es la
equiparación del saber y la virtud. Tan pronto como el saber sea
auténtico, se descubrirá que el conocimiento conduce a la vida
virtuosa, y que ésta no es posible sin el conocimiento.
Sócrates, empleando la mayéutica (estimulación de la
autoinvestigación, y literalmente «parir»), se propuso ante todo
iluminar al interlocutor, extraer de su alma por medio de preguntas lo
que el alma ya sabía aunque de modo oscuro e incierto. De esta forma
puede verdaderamente enseñarse la virtud, la cual debe aparecer como
resultado de una búsqueda racional e infatigable, en el curso de la
cual el hombre se vaya adentrando en sí mismo a medida que va
desechando toda vana curiosidad.
La réplica de cuerpo entero que presentamos corresponde a un
original romano procedente de Alejandría, esculpido en mármol, que a
su vez es copia reducida de una escultura griega del siglo II a.C. Con
la mirada fija y abstraído, parece representar a Sócrates cuando oía
la voz de su daimon; o acaso al filósofo que se quedó velando a
la luz de las estrellas en el campamento, delante de Potidea, cuando
todos dormían.
El busto, guardado en el Museo Nacional de Atenas, emana una tristeza
suavizada: labios caídos, cabello y barba descuidados, cabeza inclinada
y mirada en lontananza, comunican una discreta resignación: la del
hombre de bien que ve a su mundo alejarse ciegamente de sí mismo. |