En cierto modo, las monedas acuñadas por Grecia son su producto más
característico. La independencia y, al mismo tiempo, la
interdependencia de sus muchas ciudades-estado se reflejan tanto en la
variedad de sus diseños como en la similitud de sus estilos sucesivos.
Los griegos inventaron la acuñación de la moneda, ya que, si bien es
cierto que en Egipto y Mesopotamia se usaron barras o lingotes de metal
para el intercambio, al parecer, las ciudades mercantiles de la Jonia
fueron las primeras que estamparon un pedazo de metal con una señal
característica que garantizaba su pureza, su peso y su valor, en el
siglo VII a.C., probablemente después del 650 a.C. Al principio bastaba
para este propósito una simple señal, como por ejemplo un cuadrado
incuso. Sin embargo, como era de esperar, en Grecia, estos simples
símbolos se convirtieron pronto en emblemas artísticos.
Las acuñaciones eran sinónimo de soberanía. Por eso cada rey o
cada ciudad independiente procuraba hacer emisiones con su nombre y con
su tipología característica; así vemos, en Atenas la lechuza, en
Egina la tortuga, y en Rodas la rosa. La actividad económica de cada
ciudad también se refleja en la simbología de las monedas: el atún en
Cícicos, la espiga en Metaponto.
Los primeros patrones monetarios fueron el statero de electrón
(aleación de cuatro partes de oro y una de plata, de color parecido al
ámbar) en Mileto y Focea; y el statero de plata de Egina, el
más antiguo de la Grecia Europea, que tenía un peso de 12 gramos y fue
adoptado por la mayor parte de las ciudades de la Península y de las
Cícladas. El sistema euboico, cuya base era la dracma de 4,36
gramos y un tetradracma de 17,2 gr., fue utilizado en Eubea,
Atenas, Corinto y las ciudades de Sicilia. En la época clásica las
acuñaciones ordinarias fueron de plata, pero desde principios del siglo
IV las exigencias del comercio fomentaron el desarrollo de las de
bronce: calchos.
La explotación de las minas de Laurión y las de Anfípolis, y el
impulso dado al comercio durante el gobierno de Pisístrato (542-527
a.C.), facilitaron la repentina abundancia de monedas atenienses con la
cabeza de Atenea (en el anverso) y una lechuza (en el reverso) como
emblemas, y que constituyeron un signo de la hegemonía de Atenas sobre
el resto de la Hélade. Estos dos emblemas se mantuvieron constantes en
las monedas atenienses, incluso en su estilo, ya que en las acuñaciones
más tardías hay una tendencia al arcaísmo, natural en una comunidad
con un imperio colonial tan extenso. Sin embargo, hay algunas emisiones
conmemorativas, como el caso de la moneda-medallón que aquí
reproducimos -un tetradracma o quizás un decadracma-, que
muestran la efigie de la diosa Atenea con corona de hojas de olivo y una
palmeta en el casco, acuñadas probablemente tras la batalla de
Maratón, en el año 490 a.C. La inscripción griega «ΑΘΗΝΑ»
es el término que identificaba tanto a la ciudad de Atenas como a la
diosa que era su protectora y de la que tomó su nombre: Atenea.
La diosa Atenea representa las grandes fuerzas que constituyen el
poder y la gloria de las naciones, de la sabiduría práctica, de la
inteligencia política, del genio que concurre al desenvolvimiento de
las artes, de las ciencias, de las letras y las leyes.
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