Entre las numerosas representaciones en bronce de esta divinidad, el
Mercurio galo-romano de Argentomagus es, seguramente, una de las mejores
que se han encontrado.
Fechado a fines del siglo II a.C., la extrema delicadeza de su
ejecución hace pensar en evidentes fuentes helenísticas. Fundido a la
cera perdida, retocado con el buril, atestigua una maestría perfecta.
Su excelente conservación confirma la calidad de esa aleación (cobre,
estaño y plomo) de composición clásica. El correr de los siglos sólo
le arrebató la extremidad de una de las alas del sombrero y el caduceo
móvil que sostenía en la mano derecha.
El Mercurio de Argentomagus forma parte de un lote de tres exvotos de
bronce, descubiertos en 1972 durante la celebración de una excavación
en unas jornadas culturales en pleno corazón del oppidum
céltico posteriormente romanizado, en compañía de un águila y de un
carnero, que seguramente se perdieron durante el saqueo de la villa por
los bárbaros en el año 276.
Divinidad protectora de los rebaños y cabañas, se solía colocar su
imagen en la puerta de las moradas. Luego fue dios de los viajantes,
guiándolos a través de los caminos peligrosos, por lo que sus estatuas
se colocaban en las encrucijadas de los caminos. Por extensión, se
convirtió en dios del comercio y dios psicompómpico, conductor de las
almas en su viaje después de la muerte. Era también el mensajero de
los dioses.
Su símbolo más típico es el caduceo, bastón con dos serpientes
enrolladas que se encuentran en la parte superior. Dícese que dos
serpientes estaban peleando alrededor de una vara de avellano, pero al
ser tocadas por Mercurio abandonaron su lucha y, con su aliento,
hicieron florecer una bellota en lo alto de la vara, imagen de la unión
entre el mundo inferior y el superior que, desde entonces, es alado.
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