Las máscaras usadas en el teatro griego se originaron en el siglo VI
a.C., debido a que el aumento del número de personajes que intervenían
en las obras sobrepasaba al de actores, que era normalmente de tres. Las
máscaras permitían que un mismo actor representara varios papeles
alternativamente. Asimismo, cumplieron la función de ampliar el tamaño
del rostro del actor. De este modo se podía apreciar mejor la
expresión por parte del público más alejado. Y no sólo transmitía
la expresión sino que también amplificaba la voz. Eran verdaderas
cabezas ahuecadas, cuya disposición cóncava mudaba la voz, la hacía
más potente y la proyectaba más lejos, sirviendo la boca de la
máscara de verdadera bocina, y de ahí le viene el nombre latino de per-sona.
Generalmente, se construían de lino cubierto de estuco, y
posteriormente pintado. El material podía ser más ligero, como el
corcho, o más resistente, como la madera.
La expresión de la máscara cambia con el tiempo. En la época
clásica de Grecia, siglo V, presentan una uniformidad grande: todas
sonríen y están policromadas.
Por lo general la cabellera y los labios están teñidos de un tono
rojo. Un trazo negro señala las cejas y los párpados. La pupila,
negra, rodeada de un círculo rojo, simula el iris. También a mediados
del siglo V, con la llamada «crisis de la polis», desaparece la
sonrisa y en los rostros ya se manifiesta la curiosidad y la atención;
tratan de expresar la pasión y el dolor, y esto mismo sucede en las
máscaras del teatro.
Después de Fidias comienza una revolución en la escultura y por
tanto en las máscaras, que ya van condensando una expresión realista y
patética. A esta época pertenecen las máscaras alejandrinas y
romanas. Por eso se explican sus cejas contraídas, sus arrugas
profundas, sus dilatadas pupilas, sus bocas desmesuradamente abiertas,
su expresiva fealdad...
A pesar de este proceso de naturalización, tardaron en perder el
carácter sagrado que les confería su origen, considerándose durante
mucho tiempo como objetos sacros, y como tales eran depositados en el
santuario de Dionisos.
Con la creciente complejidad de los argumentos, aumentó el número
de personajes diferentes en la tragedia y en la comedia, llegándose a
contar en un tratado romano hasta sesenta y seis tipos diferentes,
multiplicados casi hasta el infinito por variaciones en el color del
cabello y en el peinado, en el modo de llevar la barba, en la forma de
las cejas y en otros rasgos faciales.
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