En la antigüedad clásica la lechuza simbolizaba la prudencia y la
sabiduría, por su capacidad de ver en la obscuridad; y era además un
ave sagrada, atributo de la diosa Atenea, a la que se asocia porque su
mirada recuerda la mirada viva y penetrante de esta diosa. Con Atenea,
precisamente, se la representaba en muchas monedas: dracmas,
tetradracmas, decadracmas...
Nos ha llegado un cierto número de lechuzas corintias, pero es ésta
que aquí presentamos la que parece expresar de manera más lúcida e
inmediata las cualidades de los artistas corintios: la capacidad de
resumir en pocas líneas fluidas y compactas la forma de un animal y, al
mismo tiempo, darle vida con toda la simpatía, la frescura, el
humanismo y la ternura que con frecuencia los animales suscitan en
nosotros.
La invención de la figura negra pasa en Corinto por un período
brillante en el que la pintura hace uso de la línea y de la incisión
sobre vasos y objetos de pequeña dimensión, con una ejecución muy
cuidada. Los motivos decorativos hacen pensar en la imitación de una
gran pintura, para siempre desaparecida, pero entonces floreciente.
Esta bella pieza, que en realidad servía como pequeño recipiente
para perfumes, ha adquirido una merecida popularidad por haber sido
emblema de numerosos textos clásicos en Francia. Constituye una
sencilla pero elegante muestra de lo que fue el esplendor artístico
griego.
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