Aunque nacido en la Isla de Kos, Hipócrates, que vivió entre
460-380 a.C., fue uno de los grandes ingenios de la escuela de Atenas,
donde estudió física con Demócrito, elocuencia con Gorgias,
dietética con Heródico de Selimbria... Fue contemporáneo de
Sócrates, y comparable con él por su honestidad científica. Declara
en sus escritos lo poco que sabe, sin embargo, para toda la tradición
occidental es el «Padre de la Medicina».
El éxito de Hipócrates fue inmediato y general. Platón compara su
importancia como médico con la de Policleto y Fidias como escultores;
Aristóteles le llama «el más grande»; Apolonio de Citio y Galeno,
«el divino». Se le atribuyen numerosos escritos, muchos de ellos
recogidos en el llamado Corpus Hippocraticum.
El médico gozaba en la antigua Grecia de una alta reputación como demiourgós,
es decir, como «funcionario al servicio de la comunidad». No era tan
solo un profesional más o menos rutinario, sino un investigador de la
naturaleza humana. El médico, que según elogio homérico (Ilíada,
XI, 514) es «un hombre que vale por muchos otros», busca actuar de
manera consciente y metódica, conjugando su actividad técnica con una
concepción amplia acerca de los procesos naturales que afectan al ser
humano como parte integrante del Cosmos.
Se sabe que Hipócrates ejerció la medicina en el Norte de Grecia
(Tesalia, Tracia), en la Isla de Tasos y tal vez en las proximidades del
Ponto Euxino. Murió en Larisa, en torno a los 85 años, y allí fue
enterrado. Es uno de los Asclepíades, es decir, uno de los
descendientes de Asclepio, el héroe fundador de la medicina.
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