Hermes (Mercurio, para los romanos) es una divinidad de probable
origen pelásgico, protectora de rebaños y cabañas, por lo que su
imagen solía colocarse en la puerta de las casas. Con el paso del
tiempo fue tenido también por el dios protector de los viajantes, a
quienes guiaba a través de caminos peligrosos; entonces, sus estatuas
aparecieron en las encrucijadas de los caminos y ciudades. Por
extensión, considerándose el comercio el principal motivo de los
viajes, Hermes se convirtió en el dios del comercio, y en dios
psicompómpico, conductor de las almas en su viaje después de la
muerte.
Zeus mismo le nombró su mensajero ante los hombres, y a él se
atribuye el don de la elocuencia en su función de transmisor de la
palabra divina.
Se le suele representar con un sombrero redondo de alas anchas
(pétaso), y las sandalias aladas de mensajero. Su símbolo más típico
es el caduceo, bastón con dos serpientes enrolladas que se encuentran
en la parte superior.
Dionisos (Baco, para los romanos) fue el antiguo dios del vino,
aunque luego se le agregaron características de otras deidades, hasta
asimilarlo como dios de la vegetación, del calor húmedo, de los
placeres, de las ventajas de la civilización... En sus significados
más profundos, en la abstracción de los efectos del vino como bebida
sagrada, Dionisos es el dios del entusiasmo («dios en el hombre»).
El cortejo de Dionisos está formado por sacerdotisas del culto:
Bacantes y Ménades; los Sátiros, que eran elementales de los bosques y
las montañas, con aspecto de macho cabrío; los Silenos, genios de las
fuentes y los ríos, de conformación semejante a los caballos; el dios
Pan; los Centauros, y las Ninfas de los bosques y las montañas.
Según el mito, Zeus confió el cuidado del recién nacido Dionisos a
Hermes, quien encargó de su crianza al rey de Orcómeno, Atamante, y a
su esposa Ino. Hermes les ordenó que revistiesen a la criatura con
ropas femeninas, a fin de burlar los celos de Hera, que buscaba la
perdición del niño, fruto de los amores adúlteros de su esposo Zeus.
Pero Hera no se dejó engañar y volvió loca a la nodriza de Dionisos,
Ino, y al propio Atamante. En vista de ello, Zeus se llevó a Dionisos
lejos de Grecia, al país llamado Nisa, que unos sitúan en Asia y otros
en Etiopía o África, y lo entregó a las ninfas de aquellas tierras
para que lo criasen. Con objeto de evitar que Hera lo reconociese, lo
transformó entonces en cabrito. Más tarde, las ninfas que criaron a
Dionisos se convirtieron en las estrellas de la constelación de las
Híades.
La pieza que aquí presentamos recoge, precisamente, el momento en el
que Hermes entrega al pequeño Dionisos a su nodriza Ino. |