Heracles es el héroe humano por excelencia, sencillo, valiente y
bueno; violento y generoso; previsor y temerario; pero también
perseverante e infatigable. Es el hijo sublime, por sus trabajos
gigantescos y sus grandiosas bondades. Es el gran sufriente y el gran
perseguido. Pero es también el gran risueño; se ríe de su padecer y
no deja de actuar.
Hércules es el genio de la acción inmediata y libertadora, que va
derecho al enemigo, que no retrocede ante tarea alguna y que no teme al
cielo ni al infierno. Ante lo que suceda sabe que es el hijo de Júpiter
y que nada puede apagar la chispa que arde en su corazón. Ningún
monstruo se le escapa: ni el jabalí de Erimanto, ni los pájaros del
Lago Stínfalo...; no se contenta con llevar a Micenas el famoso
Minotauro de Creta encadenado como si fuera un buey de labranza, ni con
domar a los caballos antropófagos de Diodemo; necesita desafiar a los
monstruos de países desconocidos y ver las maravillas ocultas en el fin
de la Tierra. Abate al buitre que devora las entrañas de Prometeo en
las cimas del Cáucaso y va a buscar la juventud eterna a la isla de las
Hespérides.
En la pieza que aquí presentamos, vemos al héroe revestido con la
piel del León de Nemea, cuya caza fue uno de sus doce trabajos.
Heracles empezó a dispararle flechas, pero sin resultado; entonces,
amenazándole con la maza, le obligó a entrar en su guarida, y obturó
una de sus entradas; cogiéndolo luego entre los brazos, lo ahogó.
Muerta ya la fiera, Heracles la despellejó y se revistió con su piel;
la cabeza le sirvió de casco. Cuenta Teócrito que el héroe estuvo
largo tiempo perplejo con esta piel, que ni el hierro ni el fuego
podían rasgar. Finalmente, ocurriósele la idea de rasgarla con las
propias garras del león, y de este modo consiguió su propósito.
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