Todos los pueblos indoeuropeos adoraron una deidad, con frecuencia
simbolizada por la Luna, que encarnaba no solamente la idea de la
fertilidad femenina sino también la Fertilidad Cósmica o Universal.
Fue conocida por Astarté entre los fenicios, Asragath entre los sirios,
Isthar entre los asirios... Fue venerada posteriormente por los
italiotas bajo los nombres de Flora, Venus, y Juno en cuanto preside las
funciones de la maternidad. Homero la llama hija de Júpiter y de
Dione, pero ya antes aparece como nacida de la espuma del mar
(Afrogenia), como salida del seno de las olas (Anadiómene), y según la
tradición primitiva de los fenicios, llegada a aquel país navegando
dentro de una concha. En el fondo de las fábulas se descubren ideas y
nociones cosmológicas sobre los elementos primordiales del mundo, y
Afrodita representa el Principio Húmedo, causa de toda generación y
fecundidad en la Naturaleza.
Aunque en cada pueblo tuvo esta Diosa, la Madre, una
"personalidad" diferenciada, el triunfo del sincretismo
helénico reconoció una esencia común a todas ellas. La cultura griega
no sólo era aceptada sino que era la favorita en los vastos territorios
conquistados por Alejandro el Grande. Los griegos, como sus antecesores
los persas, no despreciaron los usos y costumbres indígenas, por lo que
su cultura jugó un importante papel catalizador.
Entre los siglos III y I a.C., período al que pertenece esta pieza,
abundaban en Asia Menor y Siria representaciones de Diosas Madres
estrechamente relacionadas entre sí, y tanto sus tipos como sus nombres
demuestran la fusión de elementos anatólicos, mesopotámicos, frigios,
hititas e iraníes. El resultado es la Diosa Madre llamada genérica y
específicamente Cibeles, Adgistis, Artemisa, Astarté, Afrodita...
Adquirida por el Museo Británico a la colección Castellani en 1823,
esta cabeza cuya réplica presentamos, fue encontrada en la ciudad de
Satala, posición estratégica del reino helénico de Armenia Menor,
integrado al Imperio Romano a mediados del siglo I a.C., y aunque
Armenia ya era gobernada por reyes helenizados (se autodenominaban filohelenos),
su religión seguía siendo mazdeísta, y su deidad más venerada era
Anahita, Diosa del Amor. Sus fiestas tenían fama de licenciosas, al
menos en su época final, lo que liga definitivamente su culto a todas
las Diosas de la Fecundidad.
Pero el hecho de que se confundan Anahita con Afrodita pierde
importancia ante la magnífica factura de esta pieza que aún en la
época helenística (la de lo exótico, lo deforme, lo patético...)
mantiene una lejana serenidad en su vacía mirada; el rostro es ojival y
regularísimo: ojos, nariz y boca tienen las proporciones exactas; los
cabellos están peinados siguiendo las exigencias del ritmo en su
movimiento serpenteante: perfectamente simétricos, estilizados y
tallados con claridad cristalina; y un doble mechón de pelo en forma de
tenaza cae sobre la frente de la diosa, que inclina la cabeza de una
forma tan armoniosa que no puede dudarse que el desconocido autor
entendió el Misterio del Amor, transmitiéndonos con su obra dulzura y
protección en lugar de sensualidad y debilidad.
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