Hay en la Historia una etapa gloriosa a la que los hombres,
asombrados por sus logros culturales y artísticos, no supieron
calificar sino con una palabra equivalente al inicio de la vida:
Renacimiento.
Un bloque de mármol de cinco metros y medio de alto al que se
llamaba El Gigante, yacía en un patio cercano a la Catedral de
Florencia desde 1460. Había sido previsto en un principio para la
Catedral, pero tras varios planes abortados, plazos incumplidos e
inclusive algún intento fracasado, el proyecto se desechó. Trabajar en
un bloque de semejantes proporciones era el sueño de todo artista del
Renacimiento.
En 1501, cuando el nuevo orden republicano intentaba demostrar su
confianza en el futuro encargando una estatua colosal, los primeros
nombres que se barajaron fueron los de Leonardo da Vinci y Andrea
Sansovino. En cualquier caso, el encargo le fue adjudicado a
Miguel Ángel a los tres meses de su llegada a Florencia,
garantizándole un salario por dos años. Miguel Ángel comenzó
entonces a trabajar al amparo de una estructura de madera que le
ocultara de miradas inoportunas. Se acordó que la estatua fuese
de David, el héroe bíblico que mató al gigante Goliat, pues parece
ser que los florentinos se sentían identificados con este personaje,
conscientes de que su ciudad, como David, era pequeña y grande a la
vez.
El David de Miguel Ángel no es, sin embargo, un niño en actitud
desafiante -pues verdaderamente habría resultado un extraño coloso-,
sino una soberbia criatura en todo el esplendor de su juventud, y los
florentinos reconocieron en él de inmediato una de las obras maestras
de su época. Esta obra encarna todo lo que los escultores del siglo XV
habían intentado alcanzar en cuanto a perfección y realismo, e incluso
lo sobrepasa al expresar un apasionado sentido de la vida interior e
idealismo. El David rivalizó, por méritos propios, con las
mejores obras conocidas de la antigüedad, lo cual constituía en sí
mismo el acontecimiento más apasionante para el artista de este
período, condicionado como estaba a referirse a las obras maestras
clásicas en términos de "renacimiento" más que de
originalidad o avance.
La rapidez con que Miguel Ángel realizó el David impresiona aún
más si tenemos en cuenta que trabajó simultáneamente en varios
proyectos diferentes. El coloso quedó terminado en 1504, siendo
nombrado un comité para decidir el lugar donde se exhibiría y dando
cita a todos los genios del momento: Leonardo da Vinci, Botticelli...,
aunque posiblemente la elección le correspondió al mismo Miguel
Ángel. Cuarenta hombres transportaron el David hasta la Piazza
della Signoria, principal de Florencia, realizando el trabajo con tal
precaución que requirió cuatro días. El David se presentó
oficialmente el 8 de septiembre de 1504.
El
David es un culto a la belleza masculina, a la vez real e ideal, en una
clásica actitud de calma, con el peso sobre una pierna y la otra
ligeramente curvada, combinando así la inmovilidad y la promesa de
movimiento. Esta relajación contrasta con la fuerza que expresa su
dilatada y venosa mano derecha, con la tensión de la cabeza y del
cuello, y con la ansiedad de los rasgos. Aquí, por primera vez, Miguel
Ángel consiguió lo que luego sería característico en él: hacer del
esplendor físico el vehículo de expresión de las emociones e ideas. |