El tema del Bautismo es uno de los mejor fijados en la iconografía
cristiana. La escena nos muestra a San Juan Bautista con el típico
atuendo de pieles, vertiendo agua sobre Jesucristo con un recipiente que
porta en su mano derecha, generalmente una concha. Hasta finales del
siglo XV, a Jesús se le representaba cubierto por las aguas del río
que subían en forma de campana hasta su cintura. A partir de esta fecha
Cristo es representado con el agua cubriéndole hasta los tobillos, es
decir, de forma más natural. Un tercer elemento característico es la
paloma, siempre representada sobre la cabeza de Jesús. En esta
representación no aparece la paloma, en parte por la necesidad de
encajar la composición en el fondo arquitectónico, y en parte como
anuncio de la libertad con que el Renacimiento tratará los temas
heredados de la Edad Media, modificando, ampliando o suprimiendo
elementos. El tratamiento del paisaje, esquemático pero con voluntad de
representar la Naturaleza, nos habla también de las nuevas corrientes
renacentistas en las que este relieve se inserta, fundamentalmente por
el espíritu, aunque conserve su forma gótica.
Esta pieza es un portapaz de marfil que representa la escena del
Bautismo de Jesucristo. El portapaz era una lámina de oro u otro
material precioso, con alguna imagen o signos de relieve, que en la
celebración de las Misas solemnes se daba a besar a los fieles en el
momento de la salutación o en la ceremonia de la paz.
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