Con el advenimiento de la arquitectura, hace su aparición el eje
vertical y enseguida se convierte en el principio organizador sin rival.
La grandeza y pureza con que fue expresado en las pirámides jamás
fueron alcanzadas en períodos posteriores.
Intangible, pero omnipotente, el eje vertical asciende desde el
centro del cuadrado de la base hasta la cúspide. La pirámide es el
lugar en el cual el Dios, el Rey y el Ka, se funden entre sí. Es el
comienzo de la escalera hasta el Cielo por la que asciende el Rey-Dios.
En el piramidón, la cúspide de la pirámide, todas las líneas y
todas las superficies convergen en un solo punto, precipitándose hacia
él sin pausa, sin desviación, desde su principio. Aquí llega a
unificarse con el eje vertical, cuya altura da la clave de las
relaciones internas de la estructura piramidal.
El que aquí presentamos se ha denominado Piramidón de
Bennebensekhauf; lleva representaciones de una barca con el disco solar,
y el pilar de la estabilidad Djed, en dos de sus lados, y dos oferentes
arrodillados en los otros dos. El material con que fue realizado el
original, basalto gris indestructible, subraya la idea de eternidad.
Todas las líneas y superficies ascienden eternamente hacia un solo
punto.
Este monumento indestructible no estaba más destinado a los ojos de
los mortales que las estatuas de los dioses en la oscuridad de la cella.
Nadie podía leer desde el suelo esta pequeña inscripción. Aquí
empezaba el contacto con la eternidad: el conversar con Dios. |