Piramidón

 

 

 

Egipto. Época Tebana.

1000 a.C.

Museo del Louvre. París.

 

Alto: 50, ancho: 50, prof.: 50

 

 

Mármol-Arenisca

895 €

 

Con el advenimiento de la arquitectura, hace su aparición el eje vertical y enseguida se convierte en el principio organizador sin rival. La grandeza y pureza con que fue expresado en las pirámides jamás fueron alcanzadas en períodos posteriores.

Intangible, pero omnipotente, el eje vertical asciende desde el centro del cuadrado de la base hasta la cúspide. La pirámide es el lugar en el cual el Dios, el Rey y el Ka, se funden entre sí. Es el comienzo de la escalera hasta el Cielo por la que asciende el Rey-Dios.

En el piramidón, la cúspide de la pirámide, todas las líneas y todas las superficies convergen en un solo punto, precipitándose hacia él sin pausa, sin desviación, desde su principio. Aquí llega a unificarse con el eje vertical, cuya altura da la clave de las relaciones internas de la estructura piramidal.

El que aquí presentamos se ha denominado Piramidón de Bennebensekhauf; lleva representaciones de una barca con el disco solar, y el pilar de la estabilidad Djed, en dos de sus lados, y dos oferentes arrodilla­dos en los otros dos. El material con que fue realizado el original, basalto gris indestructible, subraya la idea de eternidad. Todas las líneas y superficies ascienden eternamente hacia un solo punto.

Este monumento indestructible no estaba más destinado a los ojos de los mortales que las estatuas de los dioses en la oscuridad de la cella. Nadie podía leer desde el suelo esta pequeña inscripción. Aquí empezaba el contacto con la eternidad: el conversar con Dios.

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