El Faraón Amenofis IV provocó el período de cambio más
espectacular de toda la historia conocida de la cultura egipcia: Arte,
Política, Religión... En el aspecto religioso, base y fundamento de
todos los otros, sustituyó a Amón, el Sol interior, por Atón, el gran
disco solar en su aspecto físico. Empezó por trasladar la capital del
Imperio a un desértico lugar que en sólo tres años convirtió en
florido y suntuoso paraje: Tel-el-Amarna. Además, no sólo cambió su
nombre por el de Akenatón, sino que hasta hizo mudar su aspecto físico
en las representaciones a él dedicadas; por lo menos para los retratos
oficiales se hizo representar con facciones enteramente opuestas al tipo
tradicional del faraón, grave y atlético. Rechazando antiguos moldes,
llegó a degenerar en un personaje demacrado y grotesco, retratándose
con una exhibición de naturalismo y simplicidad que sorprende en un
monarca egipcio del segundo milenio antes de nuestra era.
Akenatón supo rodearse de artistas que deseaban el mismo cambio,
creándose así la escuela artística de Tel-el-Amarna, que permaneció
durante todo su reinado. Especial entusiasmo tenía por las formas
vivas, la realidad corporal y animada de los seres vivificados por los
rayos de Atón, el gran disco solar. Ciertamente, esta escuela influyó
a toda la XIX Dinastía.
Por la perfección de su modelado, la pieza que aquí presentamos
pertenece sin duda a finales del régimen de este Faraón. Esculpida en
calcita, ahora restaurada, seduce por su juventud y graciosa sonrisa. El
rostro, de una gran delicadeza, está enmarcado por una peluca corta de
la que se escapa un pesado mechón de cabello, único elemento que rompe
la simetría. Nótese cómo las mejillas parecen estar trazadas a
compás, y que los cabellos, en forma de corona, forman por arriba como
el tercer lado de un triángulo curvilíneo de lados iguales. Aunque la
niña representada no ha podido identificarse, todo hace suponer que se
trata de la princesa Makit-Atón, hija de Nefertiti y Akenatón. |