La pieza que aquí presentamos pertenece al período comprendido
entre las Dinastías XXVI y XXVII (Monarquía saíta y primera
ocupación persa). De la XXVI Dinastía cabe mencionar al faraón Nekao
II, quien abrió una comunicación mediante canales entre el Delta del
Nilo y el Mar Rojo, parte de cuyo trabajo fue reaprovechado en el siglo
XIX, cuando se construyó el Canal de Suez.
La XXVI Dinastía saíta duró unos cien años, entre mediados del
siglo VII a.C. y el último cuarto del siglo siguiente. Sin embargo, el
estilo saíta dejó su huella en la evolución del arte egipcio. La
mayoría de las obras de arte saítas que han llegado hasta nosotros,
teniendo en cuenta la completa desaparición del arte monumental del
Delta, son de pequeño tamaño; se aprecia en estos objetos el afán de
los artistas por igualar el arte de los grandes antepasados y por
subrayar en cada obra, en cada detalle, los vínculos con épocas
pasadas.
El arte saíta se caracteriza, como el clasicismo del Imperio Nuevo,
por la evidente tendencia a acentuar la precisión de los detalles.
Pero, por otro lado, las figuras de esta época, a veces frágiles,
carecen de las armoniosas proporciones del cuerpo que caracterizan las
obras de la XVIII Dinastía. En cambio, en algunas obras, el modelado
del rostro deja entrever ya el espíritu griego, notable en el
tratamiento más flexible de las mejillas y el mentón.
Esta bella pieza muestra los rasgos artísticos mencionados.
Desconocemos la identidad de la persona representada, pero destacan sus
grandes cejas y la belleza y sencillez de sus facciones. Sobre la
frente, una señal prueba que debió tener adherido algún objeto o
adorno. |