El original de esta pieza excepcional, obra maestra de la XVIII
Dinastía, fue adquirida por el Louvre en el año 1909, y desde entonces
se halla expuesta en el Departamento de Antigüedades Egipcias de este
Museo.
El rostro de esta cabeza real, bastante alargado, está envuelto en
un nemes rayado, tocado típico de las esfinges y de las estatuas
de los reyes difuntos. Consistía en una pieza de tela, ornada sin duda
con rayas de colores, sorteando las orejas y cayendo sobre los hombros.
Por detrás acaba en una especie de catogan. En la frente
se yergue un oreus de cuerpo ondulado (cobra hembra), símbolo y
protectora de la realeza. Se apoya sobre una diadema plana que ciñe la
cabeza, pasando por encima de las orejas, muy altas y carnosas. Los ojos
son alargados, prolongados por una banda de pintura; las cejas son
estilizadas. Estos últimos detalles confieren al conjunto un aspecto de
majestuosa meditación, que no llega a desmentir la boca menuda y
sonriente. Hay que imaginarse esos ojos realzados por el color así como
el resto de la estatua. La barbilla es redonda, prolongada por una
barbita postiza delicadamente trenzada y atada con dos cordones rotos en
la actualidad.
Esta cabeza procede de una esfinge como demuestran la inclinación
del nemes y su forma. Pensamos que probablemente se trate de
Amenofis II, ya que los escultores de los talleres reales tuvieron
tendencia a idealizar sus modelos. Las cejas redondeadas, los ojos
horizontales, la boca pequeña, la esbeltez del rostro incitan a situar
esta obra de gran perfección hacia finales del reinado de Amenofis II,
el rey famoso por su hercúlea fuerza (1450-1425 a.C.), o quizá bajo el
reinado de su padre Tutmosis III, el gran conquistador (1504-1450 A.c.). |