En un sentido general, el incienso cumple la función simbólica de
elevar las plegarias al Cielo -a través de su perfume y de su humo- por
lo que ha sido tomado como emblema de la función sacerdotal. Como todo
humo, el humo del incienso es la imagen de las relaciones entre el Cielo
y la Tierra, y simboliza además la oración, pues como ésta, sube
hacia el Cielo, dejando en el templo sus «aromas místicos». La
sutileza imperceptible de estos aromas se asocia con cierta presencia
espiritual y con la naturaleza del alma. Por otra parte, el incienso se
obtiene a partir de la resina de ciertos árboles originarios de Arabia,
India y África, y al ser ésta una substancia incorruptible, el perfume
del incienso desempeña un importante papel de purificación. El
incienso es usado también con fines específicos de protección, o para
alejar malas influencias de todo tipo. Nadie duda de su valor pues el
hombre ha venido utilizándolo en sus rituales y ceremonias desde la
más remota antigüedad, y fue, además, uno de los tres regalos que los
Reyes Magos ofrecieron al Niño Jesús.
Con la introducción del budismo en Japón (siglo VI), se instauró
también en este país la «ceremonia del incienso», kodo, que
durante la era Genroku (1688-1700) llegó a tener una importancia
similar a la ceremonia del té, chanoyu, o al arreglo floral, ikebana.
Al entrar en un templo budista, a menudo se percibe en primer lugar el
agradable olor del incienso; y en todos los monasterios budistas solía
haber un salón llamado precisamente kodo, donde, al olor del
incienso, los monjes se reunían para recitar textos sagrados, oír
sermones, o realizar determinados rituales. Aunque originariamente la
ceremonia del incienso estuvo asociada al budismo, para las damas de la
corte del período Heian (794-1185) la prolongada fragancia del incienso
hizo de éste una parte indispensable en su tocador, hallándose muchas
descripciones de su uso en los Cuentos de Genji y otros textos.
Un verso pali para el ofrecimiento de incienso se refiere al
Buda como «Aquél de cuerpo fragante y rostro fragante, fragante con
infinitas virtudes». Este poema trata de expresar la idea de que el
Buda tenía «olor de santidad»: un cierto “aire” que sugería su
glorioso carácter y virtudes. El incienso sirve para rememorar ese
olor, esa fragancia.
El
incensario o pebetero que aquí presentamos tiene una estructura basada
en formas geométricas que simbolizan lo espiritual: el círculo y el
triángulo. Es redondo, pero vemos que guarda un orden triádico o
triangular en su composición: normalmente se ponía encima del fuego
apoyado sobre las tres patas que constituyen su base; el cuerpo del
recipiente está adornado con la representación estilizada de tres aves
(que también simbolizan lo elevado y espiritual); la tapa tiene tres
amplios agujeros para dejar salir el humo perfumado del incienso; y en
la parte superior, tres hojas superpuestas conforman una pequeña cima,
cuya cúspide la constituye una especie de capullo que es a la vez el
centro del incensario. |