Esta pequeña pieza usada como colgante por los toltecas representa a
Quetzalcoatl, la serpiente emplumada, según se traduce del idioma
nahuatl: quetzal, ave, y coatl serpiente.
Considerado por los pueblos mesoamericanos como el hombre convertido en
dios, Quetzalcoatl y la imagen de la serpiente emplumada tuvieron en la
mayor parte de las culturas precolombinas una fuerza de evocación
semejante a la de Jesús y el crucifijo en la cristiandad.
Según se cuenta en la mitología americana, Quetzalcoatl fue un rey
de una pureza absoluta hasta el día en que cediendo a las presiones de
malos consejeros se embriagó y realizó el acto carnal con la bella
Quetzalpetatl; trastornado por lo que él consideraba el más horrible
de los pecados (la perpetuación de la vida terrestre), se aplicó un
castigo ejemplar: abandonó su reino bien amado y se arrojó al fuego;
cuando su cuerpo se hubo quemado, su corazón se elevó hacia el cielo
donde se transformó en el planeta Venus.
Quetzalcoatl representa la «guerra florida», que quería decir para
los toltecas «hacer florecer el corazón»; es decir, una lucha
interior por la conquista del propio Yo; una guerra entre el espíritu o
el Cielo, simbolizado por las plumas del ave quetzal, y la materia o la
Tierra, simbolizada por la serpiente. Quetzalcoatl pone de manifiesto
esta dualidad en la naturaleza humana.
Asociado al planeta Venus, cuentan las tradiciones americanas que
Quetzalcoatl descendió de este planeta, considerado el "hermano
mayor" de la Tierra, para enseñar a los hombres, siendo por ello
los toltecas grandes dominadores del arte y la ciencia (tolteca
significa «maestro artesano»).
En este colgante se refleja ese descenso, pudiendo observarse en la
parte superior la cola de plumas de quetzal; a ambos lados de la cola
los pies y las piernas recogidas, como "nadando" hacia abajo,
y en el centro el cuerpo estilizado. En la parte interior de la pieza
vemos un rostro humano portando un penacho de plumas.
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