La máscara formaba parte del ritual mágico-religioso en el culto a
los muertos y a las fuerzas de la Naturaleza. No es una simple careta,
sino que al ponerse la máscara el hombre se incorpora el espíritu del
ser o divinidad a la que representa, y canaliza todas sus cualidades
físicas y mágicas; es un proceso mágico en el que la máscara atrae y
se impregna de la deidad a la que se dirige, y de alguna forma el poder
de la deidad se transmite al hombre que la posee.
La máscara servía para dar protección mágica a su poseedor, que
con ella estaba resguardado de los demonios; estos quedaban
neutralizados, atemorizados por aquel disfraz, lo cual hacía que la
desgracia se disipase. Su uso se aplicaba también a los muertos, a los
que se enterraba junto con ella; de algún modo había que dar
protección al difunto para facilitar el tránsito del alma al más
allá. Incluso a los mismos dioses se les representa enmascarados, de
forma que nadie podía haber visto su rostro porque todos llevan
máscaras.
Aquí podemos contemplar un ejemplo de máscara de Teotihuacán. No
se reproducen los rasgos fisionómicos de una persona determinada, sino
que se muestra una abstracción con el tipo racial de diversas gentes.
Las máscaras de Teotihuacán repiten una faz de líneas correctas: ni
descarnada ni obesa; nariz puntiaguda; ojos entornados, y la boca
entreabierta por causa del aire enrarecido de la meseta central, que
obligaba a aquellos hombres de las tierras altas a respirar con una
perpetua disnea.
En las máscaras teotihuacanas no sólo encontramos el retrato
físico y espiritual de una estirpe, sino que también podemos apreciar
en ellas las grandes posibilidades para ejecutar trabajos técnicos que
poseían aquellas gentes, por la habilidad que demostraron en la talla
de piedras duras, como el jade, la obsidiana, la diorita, y el pórfido.
Aunque hay máscaras estucadas y pintadas, las máscaras mexicanas y
teotihuacanas son la exaltación de la roca, el puro mineral, que da a
la máscara la máxima apariencia de vida. La piedra dura, pulimentada,
brilla, cambiando de aspecto según la dirección en que le llegan los
rayos de luz. La máscara y, en general, toda talla de piedra dura, se
anima al mirarla desde diferentes puntos de vista; parece que mueva los
párpados, que brillen los ojos, que se apreste a hablar, por los
reflejos que se perciben en las mejillas.
Máscaras semejantes a la que aquí presentamos pueden encontrarse en
el Museo Nacional de México, y en el Museo de Historia Natural de Nueva
York, entre otros, constituyendo todas ellas una de las creaciones más
estéticas del arte precolombino. |