Las máscaras aparecen en toda el área cultural del mundo
precolombino. En la zona de Mesoamérica se encuentran gran
variedad, según las características peculiares de cada región.
La máscara formaba parte del ritual mágico-religioso en el culto a
los muertos y a las fuerzas de la Naturaleza. Mediante la máscara
el hombre se transforma en el ser al que representa, y canaliza todas
sus cualidades físicas y mágicas; es un proceso mágico en el que la
máscara atrae y se impregna de la deidad a la que se dirige, y de
alguna forma el poder de la deidad se transmite al hombre que la posee.
Servía también para dar protección mágica a su poseedor, que se
veía resguardado por los demonios. Estos quedaban neutralizados,
atemorizados por aquel disfraz, lo cual hacía que la desgracia se
disipase de su entorno. El uso que se hacía de la máscara se
aplicaba también a los muertos, a los que se enterraba junto con
ella. De algún modo había que dar protección al difunto para
facilitar el tránsito del alma al más allá.
En ningún momento se trataba de fieles retratos, sino de imágenes
concepto. «Máscaras impenetrables».
Desde siempre, todas las civilizaciones dieron una gran importancia a
las artes plásticas, y en especial a las representaciones de dioses y
fuerzas de la Naturaleza, no sólo con fines estéticos, sino
atribuyéndoles poderes mágicos y prodigios. Esto no se ha
perdido, y podemos ver todavía en nuestro mundo actual numerosos
exvotos que rememoran prodigios curativos realizados por estatuas de
dioses o por imágenes de santos. De alguna manera, las gentes
saben que determinadas imágenes están "cargadas" o
impregnadas de algo misterioso.
No siempre eran las máscaras antifaces, sino que se llevaban
también como colgante, en el tocado o en el cinto.
Las
cuatro máscaras que vemos recogen cada una de ellas diversos elementos
simbólicos, y las cuatro presentan la forma de la boca típica olmeca,
casi trapezoidal y semejando la boca de un felino. |