En la América precolombina el culto a los muertos estaba muy
desarrollado, y se rendía especial homenaje a los ancestros
familiares.Un complejo ceremonial funerario aseguraba el renacimiento
del difunto en el más allá, no siendo la muerte para ellos más que
una etapa en el Camino de la Vida.
Los aztecas practicaban dos tipos de rituales funerarios: la
incineración y el embalsamiento, este último restringido a las
personalidades importantes, incluyendo a los reyes y sacerdotes.
Para el embalsamamiento, los cadáveres eran sometidos a un complejo
tratamiento de momificación que aseguraba el perfecto estado del cuerpo
a pesar del tiempo y de la acción de los agentes destructores. Los
cuerpos eran colocados en posición fetal, es decir, con las rodillas
replegadas y la espalda y la cabeza encogidas sobre éstas, en tumbas
cavadas en la tierra que, convertida en matriz, llevaba al muerto como
si fuera un niño que va a nacer.El cuerpo y la cabeza, así colocados,
estaban envueltos en diversas capas de tela blanca de algodón
recubierto con posteriores capas de telas decoradas, algunas incluso
ornamentadas con plumas, y todo el fardo funerario colocado en un
pequeño cesto; sobre todo él se fijaba la máscara funeraria,
simbolizando el auténtico rostro que el difunto presentaría en el más
allá.
Estas máscaras funerarias, con ojos muy abiertos, que expresaban el
nacimiento a la otra vida, confirman la creencia de estos pueblos en la
inmortalidad, y daban al candidato la fuerza necesaria para marchar
seguro hacia lo desconocido y divino. Asimismo, resumía el Ser
Verdadero e imperecedero, preparándose de forma consciente para el
renacimiento. |