La máscara en estas culturas formaba parte del ritual
mágico-religioso en el culto a los muertos y a las fuerzas de la
Naturaleza.Mediante la máscara el hombre se transforma en el ser al que
representa, y canaliza todas sus cualidades físicas y mágicas. Es un
proceso mágico en el que la máscara atrae y se impregna de la deidad a
la que se dirige; el poder de la deidad se transmite al hombre que la
posee. Incluso a los mismos dioses se les representa enmascarados, de
forma que nadie podía haber visto su rostro porque todos llevan
máscaras.
Esta máscara representa a Tlaloc, el dios de la lluvia (agua del
cielo), del cual Fr. Bernardino de Sahagún cuenta: «Tenían que él
daba las lluvias para que regasen la tierra, mediante la cual lluvia se
criaban todas las yerbas, árboles y frutos. También tenían que él
enviaba el granizo y los relámpagos y rayos, y las tempestades del
agua, y los peligros de los ríos y de la mar... ...Todos los montes
eminentes, especialmente donde se arman nublados para llover, imaginaban
que eran Tlaloques, y a cada uno de ellos hacían su imagen según la
imaginación que tenían de ellos».
Su hermana era Chalchiuhtlicue, diosa de las aguas de la tierra:
mares, fuentes, ríos, lagos..., a la que honraban porque decían que
tenía poder sobre el agua del mar y de los ríos.
Tlaloc rige también el Paraíso Terrenal al que van las almas de los
que tienen que volver todavía numerosas veces a la Tierra física. Se
le llamaba Tlaloc Tlamacazqui, que quiere decir que es dios que habita
en el Paraíso Terrenal, y que da a los hombres los mantenimientos
necesarios para la vida corporal.
Ixtlilxochitl, un cultísimo descendiente de los reyes de Texcoco,
escribiendo a fines del siglo de la conquista (1600) decía que en la
morada de Tlaloc había abundancia de manjares, y cuatro jarras con las
cuatro clases de lluvia: la que produce maíz, la que azota los frutos,
la que crea moho, y la que hiela los campos; cuando se rompen las jarras
oímos el trueno, y los cacharros cayendo hacen los rayos. Y añade que
en la oración para pedir agua en tiempo de hambre y sequía se
recitaban estos párrafos:
«Oh Señor, concédenos siquiera que los niños inocentes, que
aún no saben andar, por lo menos éstos no perezcan faltos de
alimento... ¡Cosa espantosa es el hambre! Es así como una culebra
que, con deseo de comer, está tragándose la saliva... El hambre
intensa es como un fuego encendido que está echando de sí chispas o
centellas».
Este dios está vinculado a las pasiones y a la vitalidad, pues la
lluvia tiene un evidente sentido de fertilidad, relacionado con la vida,
y con el simbolismo de las aguas en general. Por otra parte, la lluvia
conlleva un significado de purificación, no sólo por el valor del agua
como «sustancia universal», sino por el hecho de que el agua de lluvia
proviene del cielo, y ello explica que en muchas mitologías la lluvia
sea considerada como símbolo del descenso de las «influencias
espirituales» celestes sobre la tierra.
El símbolo con que se representa a Tlaloc consiste en un rostro con
dos enormes círculos a guisa de ojos. Se decía que estos círculos
representan las huellas que dejan las gotas de la lluvia sobre el suelo
polvoriento y seco; y, precisamente, del sonido que producen esas gotas
de lluvia al caer, tomó su nombre este dios. También se le reconoce
por sus colmillos serpentiformes y sus orejeras. En Teotihuacán, junto
a la pirámide del Sol, se encontró el símbolo de Tlaloc reducido a
una cabeza estilizada, con una gran boca en la que aparecen cuatro
dientes y una lengua vuelta hacia arriba. |