Los toltecas manifestaron un gran interés por el esqueleto y las
calaveras, debido a la belleza que percibían, y que indudablemente
existe, en la estructura ósea del cuerpo del hombre. Todo el esqueleto
humano es un prodigio de mecánica perfecta, y la calavera, con la
magnífica bóveda del cráneo, es digno receptáculo de la inteligencia
que allí se asienta. Ningún cráneo del reino animal tiene la dignidad
y nobleza del cráneo humano; y por otra parte, generaliza la especie,
siendo difícil distinguir los cráneos de las diferentes razas y aun de
los sexos.
En un sentido general, la calavera es el emblema de la caducidad de
la existencia, símbolo de la muerte. En el arte tolteca aparece a veces
junto con esqueletos y serpientes formando parte de los atributos de
algunas diosas, como se ve por ejemplo en la más conocida
representación de Coyolxauhqui, la diosa de la Luna.
En otro sentido, la calavera, como la concha del caracol, es en
realidad «lo que resta» del ser vivo una vez destruido su cuerpo. Así
adquiere un sentido de vaso de la vida y del pensamiento.
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